miércoles, 17 de febrero de 2010

Miércoles de Ceniza




Parece una novia. Una pequeña novia, con vestidito de nido de abeja. La lleva observando mucho rato, ella inmóvil, mientras la chaqueta de punto que debió hacerle su abuela, se va tiñendo de un granate oscuro. Una pequeña novia que no debe tener más de 8 años. Ahora que finge dormir, es consciente de su edad, siempre le pareció mayor. Cuando la sentaba en su regazo, cada sábado al terminar la catequesis. Cuando la apretaba contra su polla, y sus manos le contagiaban las arrugas a esos ojitos cada día menos verdes. La esperanza tiende a escurrirse por las mejillas, y destiñe los ojos, cuando empiezas a comprender.

Pero ahora está tendida en el suelo de la sacristía, con los ojos cerrados, y el pelo revuelto. Siente un cosquilleo en su mano derecha y se da cuenta de que aún sostiene un mechón rubio entre sus dedos. Intenta deshacerse de esa caricia, pero se le han enredado y se agita, nervioso, hasta conseguir desprenderse de ese lazo.

"No quería tirar tan fuerte, no fue mi intención, sólo me asusté". No se atreve a levantar la vista, le habla con la cabeza gacha a los pies del cristo, manchados de sangre. Cubiertos de esas sustancia gelationsa en la que se convierte un cerebro cuando te abren la cabeza como una nuez.

Ella tampoco quería, y se asustó, cuando intentó que le tocara por debajo del pantalón. Saltó de su regazo y quiso alcanzar la puerta pero sintió un fuerte tirón en la nuca. Oyó un golpe seco, que ni siquiera pudo sentir. La muerte siempre te llega sin avisar cuando tienes 8 años.

"No quería tirar tan fuerte, lo siento, sólo me asusté". Repite una y otra vez mientras coge la niña por los pies y empieza a tirar de su pequeño cuerpo inerte. El tacto de sus merceditas de charol negro le hace estremecerse y a medida que la arrastra su vestido va subiendo, dejando al descubierto unos leotardos blancos mal colocados. Y ya no puede mirar más. Sigue su procesión con la cabeza vuelta, mirando la puerta del baño que se abre como la boca del mismo infierno. Pero al cruzar el umbral algo le detiene, se gira y ve que los brazos de la pequeña novia se han abierto y parecen agarrarse al marco de la puerta. Al cogerle del hombro para moverla, siente la chaqueta empapada y sus manos se manchan de sangre. Corre a la bañera y empieza a frotarse las manos de manera compulsiva.

Durante tres días participará en la búsqueda de la niña, en las batidas encabezadas por ese padre que cada día tendrá los ojos menos verdes. Y al cuarto día, miércoles, se vestirá con ayuda de los monaguillos para celebrar la misa.


Alzará su mano temblorosa sobre la cabeza del hombre que reza con los labios apretados, y un poco de ceniza caerá en su mejilla mal afeitada. Le hará la señal de la cruz, mientras una lágrima se escurre por la mejilla de ese padre, mezclándose con su hija reducida a cenizas y borrando toda esperanza de sus ojos.

3 comentarios:

  1. Espero de todo corazón que esta entrada no esté basada en hechos reales, porque desde luego es tan sumamente fuerte que lo parece. No hay nada peor que hacer daño a seres inocentes como los niños, y ya pueden ser curas o santos, que me los cargaría sin dudar. Historia triste y dura, vaya que sí.

    ResponderEliminar
  2. No está basada en hechos reales, al menos que yo sepa, simplemente llevo un par de días leyendo relatos oscurillos y sórdidos, y como hoy es miércoles de ceniza... Se me habrá pegado algo.

    ResponderEliminar
  3. Entiendo, pero el problema es que de esto hay mucho por el mundo. Quizá no siempre acabe así, con la muerte de la víctima, pero eso no mitiga la maldad inherente a este tipo de actos.

    ResponderEliminar