viernes, 12 de febrero de 2010

Cali




Decía que era gallego, pero podría ser de cualquier parte. Le llamábamos el Cali. Todavía no sé si le pusimos nosotros el mote o si era suyo antes de dar a parar al banco que había al lado de mi colegio. Lo que sé es que si le llamabas, “Cali, vente”, él se venía. Se dedicaba a gestionar la recogida selectiva de envases de comercios de la zona; o lo que es lo mismo, reciclaba los cascos de los bares para comer caliente o calentarse la garganta con un orujo de la casa.

Decía que en otro tiempo fue empresario de éxito, y jinete. Lo dejó todo por una yegua que le coceó las venas cada vez que la montó. “Mujer tenía que ser” nos decía. Fue amor al primer beso, pero sus fuegos artificiales fueron las sirenas de una ambulancia. “Ya no la quiero, pero es como una ex que folla bien, siempre te acordarás de los polvos que echabas con ella aunque fuese una hija de puta”.

Decía que odiaba la falsa compasión y los bocadillos de mortadela, que las monjas sólo se los daban por joder. Aún no sé si se refería sólo a la mortadela. Nos fumábamos los dos primeros pitillos de la mañana junto a su banco. Uno para ti y otro para él. Aunque no solía pedirlo nunca. “Sólo si se lo has robado a tu madre de su paquete. Vosotros sois casi tan pobres como yo”. Se reía como los locos de las películas.

Decía que los porros le ponían nostálgico, y que no deberíamos fumarlos, pero que él no era nuestro padre y esperaba no ser nuestro espejo. Nunca nos quedábamos a solas con él, ninguno de nosotros. Imponía cuando le daba uno de sus ataques de ira. Pero a mi me daba más miedo aún cuando estaba lúcido y nos hablaba de la realidad más cruda de la vida. Ésa que huele a madera húmeda clavándose en la espina dorsal, a cubo de basura, y orujo y pan y miseria.

Decía que la gente no presta atención al resto de personas. Que estar sólo no estaba bien visto, “aunque no estés tan sólo como yo”. Aunque a él siempre le acompañaron las incómodas miradas de quién no veía más allá de un (ex-) yonki que se juntaba con unos adolescentes. A saber para qué.

Yo quiero pensar que para enseñarnos que hay gente que pasa por tu vida de puntillas
y aún así deja huella.

3 comentarios:

  1. Quitandole telarañas a las cosillas que encuentro.

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  2. Una entrada de esas que llegan a un lugar profundo en el interior del lector. Una historia real, triste, pero con valiosas lecciones que en ocasiones ni los profesores ni los padres son capaces de enseñar. Ciertamente, hay gente que pasa de puntillas, pero deja marca para toda la vida. Muy, muy interesante. Un saludo.

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  3. Es la Universidad de la Vida y lo que se aprende con ella, la verdad. Muy interesante, en serio y genialmente contado. Biquiños.

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