viernes, 26 de febrero de 2010

jueves, 25 de febrero de 2010

Esquinas

Durante la noche me dedico
al estraperlo de sueños
en miniatura
y me los decomisa la mañana
o el mañana que ahogo
en el café

Y me ayuno las ganas
de contarle a la gente
que algunos de esos
sueños pequeñitos
se me cuelan por las
grietas
de los labios
y me dibujan sonrisas
sin prisa
para los desconocidos
o se agolpan
en la parte trasera
de un autobús urbano

siempre en sentido contrario
a la marcha
para no echar de menos.

Preparan su asedio
las ausencias
que me gritan:
¡Hace tanto que no cuentas
con nadie
que sólo sabes restar!

Pero algún loco sueño
despistado y chiquitito
se empeña en asegurar
que si me tuerzo
lo suficiente
puedo ser la esquina
que siempre he esperado doblar.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Cuentas Pendientes

Le debo
una caricia
por debajo de la ropa
al primer chico que me dió
un beso

una declaración valiente
al de ojitos dulces
que nos dejó tan pronto

un paquete de Marlboro
al Camino
de la facultad de periodismo.

un orgasmo
a un kioskero de Gran Vía
por aquel que le fingí
por teléfono
mientras me cepillaba
los dientes

un momento de locura
transitoria
a la puerta de un hotel
con vistas al mar de sus ojos
y un relato tórrido,
a tres bandas,
a la parte trasera
de una furgoneta blanca

Un poema
a los bancos
de la estación de autobuses
y más de cien
a esa forma
tuya
de mirarme.

Debo
muchas horas extras
como madre, a mi hija,

y a mi padre,
un poco menos de rabia.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Miércoles de Ceniza




Parece una novia. Una pequeña novia, con vestidito de nido de abeja. La lleva observando mucho rato, ella inmóvil, mientras la chaqueta de punto que debió hacerle su abuela, se va tiñendo de un granate oscuro. Una pequeña novia que no debe tener más de 8 años. Ahora que finge dormir, es consciente de su edad, siempre le pareció mayor. Cuando la sentaba en su regazo, cada sábado al terminar la catequesis. Cuando la apretaba contra su polla, y sus manos le contagiaban las arrugas a esos ojitos cada día menos verdes. La esperanza tiende a escurrirse por las mejillas, y destiñe los ojos, cuando empiezas a comprender.

Pero ahora está tendida en el suelo de la sacristía, con los ojos cerrados, y el pelo revuelto. Siente un cosquilleo en su mano derecha y se da cuenta de que aún sostiene un mechón rubio entre sus dedos. Intenta deshacerse de esa caricia, pero se le han enredado y se agita, nervioso, hasta conseguir desprenderse de ese lazo.

"No quería tirar tan fuerte, no fue mi intención, sólo me asusté". No se atreve a levantar la vista, le habla con la cabeza gacha a los pies del cristo, manchados de sangre. Cubiertos de esas sustancia gelationsa en la que se convierte un cerebro cuando te abren la cabeza como una nuez.

Ella tampoco quería, y se asustó, cuando intentó que le tocara por debajo del pantalón. Saltó de su regazo y quiso alcanzar la puerta pero sintió un fuerte tirón en la nuca. Oyó un golpe seco, que ni siquiera pudo sentir. La muerte siempre te llega sin avisar cuando tienes 8 años.

"No quería tirar tan fuerte, lo siento, sólo me asusté". Repite una y otra vez mientras coge la niña por los pies y empieza a tirar de su pequeño cuerpo inerte. El tacto de sus merceditas de charol negro le hace estremecerse y a medida que la arrastra su vestido va subiendo, dejando al descubierto unos leotardos blancos mal colocados. Y ya no puede mirar más. Sigue su procesión con la cabeza vuelta, mirando la puerta del baño que se abre como la boca del mismo infierno. Pero al cruzar el umbral algo le detiene, se gira y ve que los brazos de la pequeña novia se han abierto y parecen agarrarse al marco de la puerta. Al cogerle del hombro para moverla, siente la chaqueta empapada y sus manos se manchan de sangre. Corre a la bañera y empieza a frotarse las manos de manera compulsiva.

Durante tres días participará en la búsqueda de la niña, en las batidas encabezadas por ese padre que cada día tendrá los ojos menos verdes. Y al cuarto día, miércoles, se vestirá con ayuda de los monaguillos para celebrar la misa.


Alzará su mano temblorosa sobre la cabeza del hombre que reza con los labios apretados, y un poco de ceniza caerá en su mejilla mal afeitada. Le hará la señal de la cruz, mientras una lágrima se escurre por la mejilla de ese padre, mezclándose con su hija reducida a cenizas y borrando toda esperanza de sus ojos.

Historias de (des)amor I





Dejo mi corazón en la cuerda de tender miserias y vago por la ciudad buscando un amor barato, sucio y recalentado. Ni siquiera busco un gato pardo, sólo uno callejero que quiera comida y cama de paso. Nada de desayunos con diamantes, no quiero un intercambio de teléfonos. Quiero una muesca en la pared a golpe de cabecero. Un polvo que recordar los días que no me sienta bonita.

Te encuentro en la barra de un bar cualquiera. Tus labios saben a ron y a experiencia. La cosa se pone (dura) seria y pedimos un taxi con la mano que nos queda libre. Sé que debe ser difícil, pero el conductor debería mirar menos el retrovisor y más a la carretera. No me gustaría estrellarme contra un camión de la basura. Hoy no quiero medias tintas ni quedarme a medias.

El portal nos recibe a golpe de cremallera, avanzando a trompicones por escaleras desiertas... O no tanto. Disculpas y “Buenas noches” mientras te subes la bragueta. Tu risa revolotea en mi oído y las llaves que no aparecen y mi puerta que no contiene las ganas.

Entramos y más risas. Un golpe en la cabeza me recuerda que mi lámpara es muy baja y que vemos demasiado porno. Después en mi cuarto no es más de lo mismo. Mis vecinos pueden dar fe de ello. Sabes como perderte, y perderme, por los acantilados del sexo en estado (im)puro. Tus labios no mentían y los míos me emborrachan con tus licores. Incendias mi cama y ardemos hasta quedar reducidos a brasas.

Enciendes un cigarro. Tiempo muerto. Una calada profunda y me lo pasas tan caliente como todo lo que viene de ti. Hace mucho que no veo un culo tan bonito levantarse de mi cama. Cierro los ojos e intento retener la imagen en el humo que aspiro. En un minuto habrás localizado tus pantalones y en diez habrás salido de mi casa.

Abro los ojos y te descubro aún desnudo acariciando el lomo de los libros de mi estantería.

- ¿Me prestas un alfiler de tu corbata?

Sonríes.

-¿Para qué?

Recojo mi maltrecho corazón que viene arrastrándose dejando un reguero de miserias por el parquet. Le soplo las telarañas y lo ensarto en mi pecho. Cuelga algo torcido aunque puede que ese sea exactamente su lugar.

- Otro día te lo cuento.

Tu sonrisa me desarma.

martes, 16 de febrero de 2010

De hoteles y tequieros

Voy a aprovechar este nuevo blog para recuperar algunos relatos que escribí hace tiempo. Para ser sinceros, estoy con la mudanza y a tope con reuniones de trabajo, no doy pa' más, al menos esta semana.



Nunca me han gustado las habitaciones de hotel, tan vacías e impersonales. Tan mudas que tus propios ruidos se te antojan extraños. Por eso me gusta tenerla aquí. Me gusta que el baño se llene de frutas exóticas cada vez que se ducha. Cada azulejo se impregna del olor de su pelo. Adorna la moqueta con sus pies descalzos y resuenan esos pequeños pasos tan cálidos, tan familiares.

Mírala, con su improvisado vestido de toalla. La misma que meterá en la maleta que deshace, cuando yo no mire. Canturrea algo mientras invade cada rincón con cosas que permanecerán allí hasta que volvamos a casa.

Se mete en el baño pero deja la puerta abierta y puedo verla en el espejo del armario. Me siento al borde la cama y la miro. Me encanta observarla cuando cree que está sola. Escudriña su reflejo como el que mira a un extraño. Entorna los ojos, arruga la nariz y parece que le gusta el resultado de tan concienzudo examen, porque sonríe.

Deja caer la toalla y sopesa sus pechos un segundo. Vuelve a arrugar la nariz. Se da media vuelta y apoya un pie en la bañera para embadurnarse en crema de esa que huele tan bien. Mis sábanas huelen así durante días si una noche duerme a mi lado.

Creo que sabe que la miro, o al menos le gustaría que lo hiciera. Conozco este ritual y hace rato que se habría puesto las bragas de no ser así. En cambio sigue ofreciendo su cuerpo a estos ojos cansados y tristes.

Tiene 53 lunares en la espalda (una vez los conté) y unas piernas más largas que una condena en el infierno. Me haría cristiano sólo para pecar con ella. Sale desnuda del baño y se sienta a horcajadas sobre mí.


- Guapa - La quiero, y lo sabe, por eso quizá no se lo digo tanto como quisiera. Me dedica unos ojitos de esos que ponen el corazón blandito.

Nos amamos despacio, en silencio. Y cuando se tumba a mi lado pongo nombre a las constelaciones de estrellas que plagan su espalda.

- Guapa - Te quiero.

- Es que con unos ojos tan bonitos no se puede ver nada feo – Me quiere.

Y su olor se enreda en mi cabeza atando todos los recuerdos con un nudo de doble lazo. Y tengo la certeza de que jamás podré olvidarla.

viernes, 12 de febrero de 2010

Punto G

Al principio no podía imaginarlo
cuando llego aquel
que cantaba al hablar.
Me hacía cosquillas con su barba
entre los muslos
y me empapaba
de su mano en el Paseo,
con su mano, en oleadas

Luego aprendí
que había mares
Más salados.

Costa da Morte fue una re(li)gión
que abarcada de una nuca
a la cadera
salpicada de tinta toda su espalda
y supe que Finisterre
no era un cabo
sino una golfa
pelirroja
con piercing en la lengua.

Empecé a sospecharlo con
aquel producto importado
Made in Argentina
con acento de sábado por la noche
que se diluía entre el café,
y Su leche
por la mañana.

Y en un ascensor
al sur del sur
“Tú y yo aquí encerraos”
terminé por confirmarlo:

Tengo una extraña debilidad por los acentos
O
el punto G pegadito al tímpano.

Cali




Decía que era gallego, pero podría ser de cualquier parte. Le llamábamos el Cali. Todavía no sé si le pusimos nosotros el mote o si era suyo antes de dar a parar al banco que había al lado de mi colegio. Lo que sé es que si le llamabas, “Cali, vente”, él se venía. Se dedicaba a gestionar la recogida selectiva de envases de comercios de la zona; o lo que es lo mismo, reciclaba los cascos de los bares para comer caliente o calentarse la garganta con un orujo de la casa.

Decía que en otro tiempo fue empresario de éxito, y jinete. Lo dejó todo por una yegua que le coceó las venas cada vez que la montó. “Mujer tenía que ser” nos decía. Fue amor al primer beso, pero sus fuegos artificiales fueron las sirenas de una ambulancia. “Ya no la quiero, pero es como una ex que folla bien, siempre te acordarás de los polvos que echabas con ella aunque fuese una hija de puta”.

Decía que odiaba la falsa compasión y los bocadillos de mortadela, que las monjas sólo se los daban por joder. Aún no sé si se refería sólo a la mortadela. Nos fumábamos los dos primeros pitillos de la mañana junto a su banco. Uno para ti y otro para él. Aunque no solía pedirlo nunca. “Sólo si se lo has robado a tu madre de su paquete. Vosotros sois casi tan pobres como yo”. Se reía como los locos de las películas.

Decía que los porros le ponían nostálgico, y que no deberíamos fumarlos, pero que él no era nuestro padre y esperaba no ser nuestro espejo. Nunca nos quedábamos a solas con él, ninguno de nosotros. Imponía cuando le daba uno de sus ataques de ira. Pero a mi me daba más miedo aún cuando estaba lúcido y nos hablaba de la realidad más cruda de la vida. Ésa que huele a madera húmeda clavándose en la espina dorsal, a cubo de basura, y orujo y pan y miseria.

Decía que la gente no presta atención al resto de personas. Que estar sólo no estaba bien visto, “aunque no estés tan sólo como yo”. Aunque a él siempre le acompañaron las incómodas miradas de quién no veía más allá de un (ex-) yonki que se juntaba con unos adolescentes. A saber para qué.

Yo quiero pensar que para enseñarnos que hay gente que pasa por tu vida de puntillas
y aún así deja huella.

jueves, 11 de febrero de 2010

Ejercicio en el patio






Hoy me siento jodidamente culpable. Hace tiempo que tengo una cuenta pendiente con algunos personajes que me esperan, con más resignación que paciencia.

Me miran con ojos llenos de reproches acumulados. Y me hablan con esa voz que ya es la suya, porque todos los personajes tienen una voz propia, aunque luego usen las frases de cualquiera.

“¿Cuándo coño vas a darnos esa historia que nos debes?”

Así que los saco a estirar las piernas un rato, como en el patio de una cárcel, donde los kilómetros no te llevan a ninguna parte. Como en el cuadro de Vincent van Gogh.



La verdad de Jorge

La primera imagen que me viene a la cabeza es Moisés. Bueno, quizá haya sido la segunda. Me siento extraño excitado y pensando en la Biblia, pero esa mujer cruza el bar como quien separa los mares. Cuando llega a la barra yo ya pienso en separar ..

-¡Joder! ¿¡has visto a esa tía!?- claro que la he visto. Todo el bar la ha visto.

Jon me ha sacado de mis ensoñaciones en el momento más inoportuno. No le quita ojo de encima y casi puedo ver el charco de babas en la mesa. Sólo espero no tener la misma cara de gilipollas que él cuando la miro. Aunque no creo que importe porque ella no parece percatarse del olor a testosterona del ambiente.

Se sienta en un taburete y espera a que el camarero se acerque. Pide algo que no puedo oír y rebusca en su bolso para sacar una cajetilla de More.

-¡Esta tremenda! – se ríe demasiado alto, como un crío.

-Y que tengas 37 años Jon... - ¿esto lo he dicho en voz alta? - Es puta – esto seguro que sí lo he dicho bien claro.

-¿Qué? - Jon pone cara de sorprendido y yo le miro impasible.

-Es cuestión de detalles, amigo. Al llegar no ha hecho amago de buscar una cara conocida. Se ha sentado sola en la barra y ahí la tienes con un pitillo que podría durarle media noche y sin mirar una sola vez al reloj. Está claro que no espera a nadie. - como si me oyera, se remueve en el asiento para cambiar de postura. Cruza las piernas y juguetea, aburrida, con el hielo de su copa.
Para calzarse esos pantalones tan ajustados habrá tenido que untarse con vaselina. ¿untada en vaselina? .. Dejo de mirarla y echo mano al Marlboro de Jon.

Una incipiente erección amenaza con reventar mis pantalones.



La verdad de Jon


-¿ Y ahora dónde vas?
-A echar un meo. No sabía que tenia que pedirte permiso, papá.

Me repatea su ironía. Él lo sabe. Creo que por eso la utiliza tanto, para tocarme los cojones. Lleva un paso marcial hacia el tigre. ¿A que habrá venido el numerito del psicoanálisis? Hoy está especialmente raro. Más de lo habitual. ¿Que es puta? Bah! Bueno, ahora que la miro bien tiene pinta de no enseñarte ni la goma del tanga por menos de 300. Si es que lleva. Decido jugar fuerte, aunque quizá sea el whisky el que decida por mi. Nunca he tenido mucho aguante. Me acerco a la barra y ataco por el flanco derecho.

-Mi amigo cree que eres puta y yo creo que él es un gilipollas.- trago saliva. Espero que no haya sonado tan ridículo como en mi cabeza. Se gira y me clava sus ojos de gata.

-Yo creo que los dos sois unos gilipollas. Y dile a tu amigo que siento mucho que no recibiera el cariño necesario en el lupanar donde se crió, pero no hace falta que busque a su madre en todas las mujeres. - me habla despacio, como quien habla a un niño. Sus palabras han sonado como una bofetada. Me doy media vuelta y me dirijo a refugiarme en la mesa. Jorge vuelve del baño y me mira extrañado.

-¿Que coño le has dicho? - su pregunta suena entre nerviosa y divertida.

-Que tú creías que era una puta- Si las miradas matasen me haría el harakiri ante un espejo antes de soportar la de mi amigo.

-Tú es que eres subnormal.

-Y estoy borracho. Nos ha llamado gilipollas a los dos y creo que a ti hijo de puta, pero en plan fino.

-Es que no me lo puedo creer. - se pasa la mano por la cara y se estira de la perilla.

Quizá yo también me deje una. Parece que a las tías les gusta ese rollo. Al menos a él le funciona para dormir caliente siempre que quiere.
Se lleva su vaso y se sienta junto a ella. Desde aquí no puedo oír lo que le dice pero.. ¿se ha reído? Ella se ha reído. La llama puta y ¡se ríe! Tiene que ser la jodida perilla.

Esta semana no me afeito.



La verdad de Ella

-Perdóname, es que tengo complejo de Edipo .

Al menos es ingenioso.

-¡Vaya! Creí que tu amigo era el tonto del grupo. No confiaba en que te llegara el mensaje.

-Él se esfuerza , pero insultar a hermosas desconocidas da muchos puntos. - me río. Este cabrón tiene su gracia. Al menos no es el mismo rollo de siempre.

-En serio, disculpa mi torpeza, es que ver a una mujer como tú, aquí sola .. - me equivoqué. Decido pararle porque me da morbo y no quiero que lo estropee todo.

-No hace falta que me recuerdes lo buena que estoy, eso ya lo sé. Sólo quiero que te despidas de tu amigo por esta noche y me enseñes algo interesante de esta ciudad. - A la yugular. Muchos titubean o simplemente pierden el control de su mandíbula inferior. Él coge el paquete de Marlboro y lo lanza a la mesa de su amigo.

-¡Adiós Jon!

Jon acaba de confirmar mis sospechas. Sí que es el tonto del grupo, con esa cara no cabe duda.

- Esta ciudad apesta, pero mi casa es un lugar de lo más interesante. - me tiende una mano y la estrecho.

Su tacto promete.

miércoles, 10 de febrero de 2010

martes, 9 de febrero de 2010

Bulimia emocional

Durante 2 años fui
vegetariana,
insoportable
y bulímica emocional.

Fuenlabrada fue la
ciudad-dormitorio
donde se dormía menos
y donde comía tortilla de queso
porque siempre
se me dieron bien
las madres.

Durante 12 años fui
bailarina de clásico.
Luego perdí las zapatillas
y el punto dereferencia
para
girar - gritar - girar
entonces
me bailaron todas
las aceras
y vomité más de una grosería
y algún trozo de corazón
que debí comerme
en mal estado.

Y un día
alguien
me de tuvo
asiéndome los tobillos, pero
no
me arrastró a su cama.

Se me escapó una lágrima
y la poca vergüenza
que tengo a ratitos,
porque por
primera vez
me sentí Bonita
de verdad.


Luego me enseñaste a
comer(te)
despacito.

viernes, 5 de febrero de 2010

No necesitan palabras dulces las bocas enamoradas

Pulmones consumidos a suspiros
en un boca-ombligo
saben que eres único
liándome los cigarros y las horas

la alevosía
del sexo de madrugada
en día laboral

Saben de despertadores sonando
y diez-minutos-más
encaramada a tu
espalda

Que quiero sangre bien roja
y no de almíbar
¡Putos comas diabéticos!
a base de rimar
órganos y tequieros

Saben que no necesitan
palabras dulces las bocas
enamoradas

Borra
todas las cicatrices
al calendario,
que no necesito
nada
que me recuerde

la insoportable levedad de mi piel
... sin tu piel